Si hay un momento del año en el que más zaragozanos y aragoneses se visten con el traje regional, ese es sin ninguna duda durante las Fiestas del Pilar de Zaragoza.
El «traje de baturro» o «baturra» conforma por si sólo uno de los elementos más representativos de las Fiestas. No obstante estos trajes «de baturros» no dejan de ser una mera imitación y simplificación del traje tradicional aragonés.
La Guerra Civil marcó un antes y un después en muchos aspectos, las manifestaciones folclóricas tradicionales iban desapareciendo y el nuevo régimen, dentro de su afán populista y de ensalzamiento de la patria, organizaba certámenes folclóricos a lo largo y ancho del país y en ocasiones también fuera de sus fronteras.
A cada región se le adjudicó un «traje regional». Estos trajes se basaban en los vestidos tradicionales pero mostrando lo que de tópico y pintoresco poseía cada territorio, creando así un «uniforme» para cada comunidad y perdiéndose lo que de único y diferenciador tiene la manera de vestirse en cada individuo.
En Aragón, el traje elegido fue el modelo más usado en el valle del Ebro durante el último tercio del siglo XIX. La indumentaria se modificó, al igual que los bailes, cantos y músicas tradicionales. Los grupos de Coros y Danzas convirtieron estas manifestaciones folclóricas en espectáculo y los trajes tuvieron que adaptarse para estas exhibiciones.
Se conocían incluso con el nombre de traje «de bailadora». En esta nueva versión los calzones o «pololos» femeninos usados habitualmente por las clases urbanas y adineradas, se hicieron indispensables para proteger el «honor» de las bailadoras. El peso tuvo que aligerarse, desaparecieron los refajos y las sayas de paño, y por supuesto la largura de las enaguas y las faldas se redujo considerablemente para facilitar la ejecución de los pasos, así mismo los delantales se convirtieron en mero adorno con profusión de lentejuelas y puntillas.
Los bailadores también adaptaron su indumentaria a la nueva situación, dejaron de vestirse con «chupas» o chaquetas que dificultaban sus movimientos. Las fajas ya no ceñían sujetando el chaleco, éste se lucía suelto y desabrochado junto con amplios calzones y calzoncillos. La cabeza no se tocaba con pañuelos de cabeza sino con cachirulos de cuadros negros y rojos o morados. Recordemos que el término «cachirulo» que aquí describo fue acuñado por D. Demetrio Galán Bergua en la segunda mitad del siglo XX.
Poco a poco las prendas que originariamente vestían nuestros antepasados iban olvidándose en los arcones y las piezas antiguas, que en los primeros años de andadura de los grupos de Coros y Danzas aún podían contemplarse, desaparecieron. Ahora el traje aragonés era el traje «de baturro», lo «de los abuelos» era lo viejo, lo «pasado de moda»…
Cómo anécdota valga una licencia cinéfila tomando como ejemplo la obra original de Joaquín Dicenta «Nobleza Baturra», la cual tuvo tres versiones en el cine.
La primera en 1925 y protagonizada por Ino Alcubierre, una actriz de cine mudo nacida en Uncastillo (Zaragoza), en ella la indumentaria y su colocación todavía siguen casi fielmente los usos tradicionales, en la segunda versión de 1935 dirigida por Florián Rey se pueden ver muchas prendas antiguas pero las formas de colocación, el peinado y el maquillaje nos trasladan a los años 30, una época en la que la sociedad tradicional ya tocaba a su fin. Y finalmente la última adaptación de Juan de Orduña de 1965, en la que a pesar de que aún podemos contemplar alguna prenda original, el fenómeno del «baturrismo» en la indumentaria está plenamente instalado.
La primera Ofrenda de Flores durante las fiestas del Pilar tuvo lugar en 1958, y fue en las décadas de los sesenta y setenta donde la mayoría de los participantes lucían estos trajes, remangados ellos y «mini-falderas» ellas, confeccionados con puntillas de poliéster, rayones sintéticos y lentejuelas de colores.
Digo la mayoría porque siempre había quien se atrevía a ponerse la ropa del abuelo y por supuesto las élites de la ciudad, entre ellas las Reinas de las Fiestas y las esposas de alcaldes y concejales del Ayuntamiento, vestidas con trajes del Alto Aragón, ricos mantones de Manila, sayas y aderezos que antaño no representaban a las clases populares aragonesas.
Visto ahora, desde mi perspectiva, este panorama me tendría que «horrorizar», pero sin embargo desde el punto de vista de las emociones, y pienso que las Fiestas del Pilar tienen mucho de emocional, uno de los mejores recuerdos de mi infancia es el momento en el que mi madre me colocaba el traje «de baturra» y sacaba su maquillaje para pintarme los ojos de «azul piscina» y las mejillas y los labios de un rojo subido, ! cómo las «baturras» ! decía…
A lo largo de los años ochenta el traje «de bailadora» dio paso al de «dama aragonesa» y al de «labradora».
El primero poco tiene que ver con la indumentaria popular aragonesa, ya que es un sucedáneo de los vestidos que usaban las mujeres de las clases sociales urbanas y burguesas que vestirían a la moda internacional.
El segundo, muy similar al de «bailadora» pero con la falda más larga y el mantón de Manila como pieza imprescindible, hecho que no se acierta a comprender ya que el mantón de Manila era una prenda de lujo al alcance de muy pocos labradores.
Se da la circunstancia de que un alto porcentaje de los aragoneses del siglo XIX fueron labradores y… ¿vestirse «de labradora» podría asimilarse a vestirse de aragonesa?, ¿dónde queda el otro porcentaje de la población?, ¿dónde la ropa de otros territorios fuera del valle del Ebro?, ¿qué aspecto tendrían realmente los aragoneses del pasado?…
Puede que fueran estas preguntas las que llevaron a coleccionistas particulares y a diversas asociaciones y colectivos como Somerondón, a investigar y a intentar recuperar esa parte del patrimonio que constituye por sí misma la indumentaria tradicional.
En los últimos años hay un resurgimiento de este interés, y respetando siempre el carácter familiar y emocional al que me he referido antes, que implica «vestirse para las fiestas del Pilar» ,entre todos se podría hacer más y mejor.
*Esta texto original de Chusa Ruiz, apareció por primera vez en el libro «Una memoria de las Fiestas del Pilar» editado por El Periódico de Aragón. Año 2015 (disponible a través de la tienda de El Periódico de Aragón)